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En nuestra clínica de fisioterapia centro Madrid tratamos con frecuencia casos de esguince de tobillo y nuestra experiencia es que existe un gran desconocimiento alrededor de esta patología.
No son pocos los pacientes que acuden con un esguince de tobillo a consultan. Es frecuente que detallen que es la segunda o tercera vez que sufren esa lesión en el mismo sitio. Cuando les preguntamos por el tratamiento que aplican, la respuesta suele ser casi siempre la misma: frío y reposo.
El problema es que este tratamiento, si bien adecuado, es muy incompleto. No es suficiente con dejar cicatrizar, sino que es fundamental recuperar la sensibilidad de la zona afectada para detectar situaciones de riesgo. Dicha sensibilidad es la que alerta a nuestros músculos para reaccionar a tiempo, evitando nuevas torceduras, y resulta por tanto esencial para evitar recaídas.
La conclusión a la que he llegado es que la mayoría de la gente tiene conocimientos básicos sobre los esguinces. Pero que muchos no entienden realmente lo que pasa dentro del tobillo. Esto, además de mera cultura general, es muy importante a la hora de acelerar la recuperación, pero sobre todo para prevenir futuras recaídas.
Cuando nos torcemos el tobillo, los ligamentos sufren una sobretensión. Si no hay daño en el ligamento, hablamos de torcedura pero esto puede llegar a provocar un estiramiento excesivo (en caso de esguince) o incluso una rotura (parcial esguince grado III, o total, esguince grado III) del propio ligamento. Entonces es cuando hablamos de esguince.
Los efectos visibles más típicos son inflamación, sensación de calor y dolor.
Un ligamento no es sólo un elemento de sujeción entre los huesos. Una de sus principales misiones es la de “sensor”, ya que transmite en todo momento la posición de los huesos. Prueba de ello es que nadie necesita mirarse el pie para saber en qué posición lo tiene (flexionado, extendido…). Esto lo permiten una serie de receptores situados en los ligamentos (entre otros sitios) y que en su conjunto se llaman “propioceptores”.
Cuando se produce un esguince, estos propioceptores se lesionan debido al estiramiento excesivo. Al lesionarse, ya no mandan una información correcta al cerebro, por lo que la articulación pierde percepción.
Lo más importante que entender es que el ligamento en sí no tiene la suficiente fuerza para evitar por sí sólo las torceduras de tobillo. Lo que hace, en cambio, es detectar cuándo un estiramiento empieza a ser excesivo. Llegado ese momento, lanza una señal de alarma a los músculos del tobillo, para que éstos se tensen y eviten efectivamente la torcedura.
Sin embargo, si los receptores están dañados, tardará mucho más en avisar. Para cuando suene la alarma y el músculo reaccione, probablemente sea ya demasiado tarde y nos torzamos el tobillo de nuevo, pudiendo provocar un nuevo esguince. Ésta es la explicación de que un esguince mal curado llama a otro.
La conclusión práctica es que un esguince no se debe curar únicamente con reposo y frío.
Por supuesto que estos dos tratamientos nos permitirán una recuperación suficiente para muchas actividades. Pero si no rehabilitamos nuestro sistema propioceptivo, el riesgo de recaída será muy importante. Hay que hacer ejercicios específicos para cada caso en concreto.
Por eso le aconsejamos que no deje de acudir a un fisioterapeuta. Éste le indicara qué ejercicios se adaptan a su caso en particular para lograr una buena recuperación a prueba de recaídas.
Y a veces, aunque nos resulte obvio porque nosotros hemos escrito muchas veces la palabras esguince, nos damos cuenta de que es algo que al oirlo la gente da mucho lugar a confusiones sobre como se escribe, os ponemos un ejemplo de las cosas que solemos escuchar o ver: esquince, esgyince, esguimce, esgince, esquinze, esguinze, equince, escuince, esguinse, esguice, esguins, esquinse.